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  • Ángel García Roldán

FIVE FELLINI. Marcello, come here!


FIVE FELLINI. 2012.

Hace algunos años hice un experimento:

Como a casi todo el mundo, me resultaba familiar una imagen procedente del cine. Indudablemente la reconocía como un icono cinematográfico pero no había visto la película, no sabia su argumento, solo recordaba una secuencia repetida hasta la saciedad en mi mente: Anita Ekberg y Marcello Mastroiani besándose en la archifamosa Fontana de Trevi de Roma, hoy lugar de peregrinación de millones de turistas influenciados por esta joya del cine y me preguntaba: ¿qué hace una rubia explosiva paseándose entre las aguas de tan bucólico espacio, mientras el galán pícaro que la contempla se adelanta con la mirada a su conquista?

Este conocido fotograma de la "La dolce vita" ha generado fascinación, generación tras generación, y ha sabido superar la propia obra de Fellini hasta convertirse en un ideario que sintetiza el misterio de sus protagonistas. Pero, volvamos al inicio, yo no la había visto, no conocía el relato, ni tan siquiera la propia obra.

A mis manos llegó hace unos años una copia de la película; alguien me sugirió que debía de verla y con la copia en la mano era tentador buscar el momento para hacerlo. Leí un poco de la sinopsis y de alguna crítica cinematográfica y sospeche que estaba ante algo que debía de ver desde otro punto de vista. A veces las cosas llegan para provocar una aventura y con ella un seguro aprendizaje. Una de las intenciones de Fellini al hacer 'La dolce vita' era superar los márgenes habituales del guión generando un film carente de una estructura tradicional en su trama. El metraje describe las aventuras nocturnas de Marcelo, un escritor de crónicas sociales en la Roma decadente de la postguerra. En definitiva una historia sin trama, admirablemente narrada y que se convertiría en el icono del cine Italiano y probablemente uno de los experimentos cinematográficos mas serios y contundentes respecto a la concepción no lineal del relato.

Tras algunas interesantes lecturas tuve el impetuoso deseo de verla completa y detenerme a repensarla después, aunque movido por la curiosidad y el experimento decidí provocar a Fellini y abstraerme en su deseo de romper el relato tradicional. Cogí la copia, la introduje en el ordenador y con la intención de un cirujano, la troceé como si fuese un exquisito cadáver en fragmentos, cada vez más pequeños, hasta que tuve una carpeta repleta de registros sin orden ni posibilidad de reconocer que significaban en la obra de Fellini. Intente jugar con las iconografías del celuloide digitalizado. me detuve en aquellas escenas y momentos destruyendo la posibilidad del vinculo y de la sincronía. El resultado fue que el audio estaba por un lado y las imágenes por otro. Observaba los personajes, los sujetos, la muchedumbre, las acciones, sus artificios, cada plano y su contraplano; intentando descubrir la esencia de aquellas tomas tras el intento sintáctico de separar su combinatoria. Como en un puzzle despiecé el resultado y en ese momento fui libre para generar mi propio relato; mi propia imagen.

Las dudas comenzaron, ¿qué hacer con todo aquello? Era imposible entender aquel collage de secuencias, planos y sonidos. Bien, habría que hacer algo. Comencé, casi por casualidad, uniendo planos con la música de un grupo que en ese momento para mi también era un descubrimiento, 'Nouvelle Vague', y que por aquella época escuchaba una y otra vez. Pareció funcionar. Aquellas canciones pegaban con la fotografía de Fellini; algo de glamour decadente, un tanto vintage, pero con el punto como para generar una idea, un no sé qué que podría generar una continuidad.

Me propuse, en tan extraño juego, unir imágenes a placer pero evitar que las mismas pudiesen tener algún tipo de relación con la película original. Habría para ello que superar la continuidad lógica del film y dejarme seducir por las tomas de Fellini como si fuesen mías; introduciendo elemento propios de mi juego y la mi forma de entender una historia. Estaba convencido que tras estas reglas autoimpuestas, garantizaría que nada estaría es su sitio. Nada podría coincidir con el original, más allá de la fotografia y de los personajes retratados.

Como en una especie de sueño denso, los días y las noches pasaban, generando estas cinco piezas, que a la postre supusieron un juego reflexivo en torno al videoclip y las estéticas Found Footage, propias del trabajo de reciclaje fílmico referencia inevitable en el cine y video experimental.

Cuando concluí los cinco capítulos de mi historia, decidí cerrar el experimento. Tenía la sensación de haber licuado todos los registros que me parecían interesantes de la película original y que lo que tenía era lo que podía hacer con aquel metraje. La pieza estaba concluida. Ahora podía sentarme a ver la original.

Federico Fellini, produjo una obra que solo mostraba momentos concretos de este personaje en una narrativa desarticulada, fragmentaria, que describía un viaje sin rumbo como el de la Odisea (no es extraño que tiempo después volviese a esta idea en 'Tote Hasen. El Viento de Ulises'), pero había algo que en 'La dolce vita' se conformaba como piedra angular del enigma que guarda para si: la idea del deseo. Para la vieja Italia representó un choque, un escándalo. La prensa conservadora calificó la película de «blasfema y pornográfica»; en España no se estrenaría hasta 1980. Según cuentan Fellini no comprendió por qué fue tanta la censura contra él, cuando no hacía sino registrar una realidad, el estilo de vida de un grupo a la deriva. Justo en esto radicaba el enigma: 'La deriva del deseo'.

A los pocos días, solo y sentado cómodamente frente al proyector, revisé la cinta original que motivo este experimento personal. Supongo que en aquellos meses se dieron dos circunstancias para provocar esta concienzuda tarea: por un lado descubrir que había de interesante en una película que me habían recomendado en numerosas conversaciones, y en segundo lugar, tratar de provocar algún tipo de experiencia-experimento que pudiese vincular a mi investigación de doctorado que acababa de concluir satisfactoriamente. de lo primero, averigüé muchas cosas y la película supuso un libro abierto para entender la fascinación que por aquel entonces mantenía mi mente e instintos cegados. De lo segundo, encontré un procedimiento que he aplicado muchas veces en el aula y que ha permitido la experimentación de mis estudiantes: el trabajo con la videorreferencia y el collage audiovisual, dos formas naturales del videoensayo.

Pero más allá de todo esto, mi trabajo por intentar entender que hay de relevante detrás de una imagen conocida, condujo a una no tan evidente afirmación: Lo que hay detrás de esta fascinación iconográfica, ya sean personas reales o míticos, es la imposibilidad de romper la estructura que los atrapa en el tiempo. En los cinco capítulos de 'Five Fellini', título final de mi trabajo, no hubo otra novedad, no pude generar un nuevo macrorrelato, ni siquiera cinco microrrelatos dispares de la pieza original, son simplemente la misma obra, la misma pieza. El mismo origen, la misma realidad, el mismo debate y la misma aplicación, la misma filosofía de Fellini. Pero ¿porqué?

La respuesta está en los acontecimientos y no tanto en la forma de narrarlos. Aunque la crítica haya mencionado muchas veces que esta película sea una de las historia sin trama, mejor narrada, el proyecto 'Five Fellini' justifica que los estilos o los tratamientos de la narración no son suficientes para superar el guión de una historia, aunque este se plantee como un film no convencional con una trama inexistente, podemos estar haciendo la misma película una y mil veces más, sin poder salir de ella. No se puede hacer otra cosa distinta con 'La dolce vita' que no sea una referencia a la verdadera historia de sus personajes, por mucho que laso movamos en la linea de tiempo y generemos con ellos historias diferentes a ciegas. Las emociones son inherentes a sus personajes y a sus relaciones y el reduccionismo fílmico no permite generar otra obra que no hable de la seducción y de los amores imposibles. Igual que ocurre con otras tantas secuencias que encuentran en los altares del cine. La verdadera atracción está en los acontecimientos narrados, como en la famosa secuencia de la bañera de 'Psycho' de Alfred Hitchcock, la despedida en el aeropuerto de 'Casablanca' de Michael Curtiz, o probablemente la escena del descenso de la escalera en 'Jocker' de Todd Phillips. En el enigma detrás de una imagen convertida en icono intervienen, sin duda, otras muchas cuestiones. Pero eso, es otra historia:

"Marcello, come here!"

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