BABYLON
Antonio Dafos Garaizábal
Texto publicado en la carpeta de serigrafía 'Babylon. Asuntos Presuntos Series'. 2008.
Babilonia
“¡Salid de Babilonia!” (Isaías, 48:20)
De los habitantes de Babilonia se habla muy poco. Sí se habla de su torre: el asalto al cielo de Babel se ha podido interpretar como el intento de establecer una utopía en la que cualquier vestigio de lo sagrado debiera desaparecer. Así visto, el proceso, podría decirse, avanza a buen ritmo. La dispersión subsiguiente, al saltar la primitiva lengua única de la única raza en mil lenguas y pueblos, se repara ahora con mareas humanas (observadas con creciente aprehensión, por cierto) y con la uniformización del mundo. En otro orden, es notable la abundancia de goces derramados para disfrute universal, en tal número que ya saturan los nuevos espacios extendidos y se diría que la multiplicación y aceleración del tiempo no darán jamás abasto. Y Casandras no faltan y es cierto que arrecian (o así parece) los atentados y florecen nunca vistos accidentes. Pero de la gran mayoría de los habitantes de Babilonia se habla poco: esos que, si no se frotan las manos al rumor del inminente cataclismo, meditan “No somos culpables; somos niños.”
Dinero
“El mundo ha tenido siempre necesidad de una dirección. Ayer fue militar y política. (…) Pero los tiempos han mejorado y hoy la dirección política y militar no pueden servir tan bien al pueblo como la industrial.” (Henry Ford, Hoy y mañana)
Puesto que el dinero carece de substancia (es pura convención) todas las formas le convienen. Ninguna institución ha mostrado mayor vigor a lo largo de la historia, nadie lo ha execrado en serio: Timón, el ateniense odiador de la humanidad, para quien, pues el oro no se comía, debía ser despreciable, le encontró utilidad dándoselo a Alcibíades con el fin de que aniquilase a sus conciudadanos. En el terreno del arte conceptual Felipe el Bueno, en 1456, según cuenta Huizinga, “mandó exponer en una cámara contigua a la de la sala de los caballeros de la Haya treinta mil marcos de plata en costosos recipientes. Todos podían pasar a contemplarlos. Pero además, se trajeron de Lila dos cajas de caudales con doscientos mil leones de oro, y se permitió sopesarlas”.
En la moneda de Babel se citan la exhibición candorosa de las bodas entre el poder y el dinero y la candorosa asociación entre dinero y sexo (que se muestra también en la curiosa afición por la filigrana que comparten diseñadores de lencería y numismáticos). En la utopía, nada que ocultar: moscas, simios, prisiones y mass media hermosean el papel merced al cual la plutocracia se permite no plegarse a los principios de la democracia (tomada en serio). Los paraísos existen, fiscales.
Emblemas
“La modernidad –irónica y feroz- saquea hoy el registro emblemático.” (Fernando R. de la Flor, Emblemas. Hacia una lectura de la imagen simbólica)
Los emblemas se leen. Originalmente el emblema era triplex: figura, lema y glosa. Pero al hablar de legibilidad no nos referimos a lo obvio de que está presente la escritura sino a que cada elemento representado ha de ser leído: una figura profusamente alada y cubierta de ojos que sobrevuela un exiguo paisaje o moscas que tejen sin fatiga ni descanso flanqueando a una bañista despreocupada.
La glosa buscaba solventar (anular) el cortocircuito producido por las asociaciones de imágenes en conjunción con el lema. El comentario encauzaba el caudal de significaciones desatado, traducía, disolvía en la estrecha literalidad de una enseñanza aquello que, si bien pedía ser leído, se reclamaba al mismo tiempo intraducible, vale decir: indomeñable. Desvariando algo: inasimilable al discurso del poder.
La glosa es, pues, la parte irritante, prescindible, moscona, de los emblemas. Estas mismas entradas revolotean zumbando como moscas molestas sobre las serigrafías. Pero cuenta Frazer, en El folklore en el Antiguo Testamento, que San Bernardo, agobiado por las moscas que le acosaban, excomulgó a éstas, que murieron en el acto interrumpiendo sus vuelos y cayendo al suelo.
Hélices
“La propaganda tiene como tarea crear y orientar la opinión política.” (De un documento del Ministerio de Información Británico de 1918, citado por Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad)
La velocidad es uno de los conceptos cardinales de Virilio: poder, dice, significa velocidad. Consecuentemente, la velocidad (de transmisión) está en la base de la revolución actual en los medios de comunicación. Potentes ventiladores cuyas aspas giran al unísono dispersan hasta el último rincón de Babilonia hermosas consignas, aterradoras noticias.
A ninguna voluntad será posible achacar tal unanimidad: forma parte del asombroso espectáculo de la armonia mundi. Como bajo el poder de las fuerzas invisibles que orientan a los cetáceos en sus travesías, las emociones de los ciudadanos de Babel se sincronizan y aprestan para el servicio. Virilio habla, a este propósito, del advenimiento de la democracia de la emoción, reemplazante (¿?) de la reflexión.
En cualquier caso, teorema: Todo medio de control desaloja una cantidad de libertad directamente proporcional a su capacidad de presentarse como progreso, libertad que inmediatamente es concedida de forma nominal a aquellos sobre quienes recae el control. O bien: Toda libertad hecha pública se desarrolla en la sombra arrojada por un medio de control de la libertad. Verbigracia: a medida que se perfeccionan los medios de control del pensamiento se va desplegando lo que se llama “libertad de pensamiento”.
Moscas
“Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas” (Augusto Monterroso, Movimiento perpetuo)
De azabache, brillantes, diminutas, las moscas nos repugnan. En las vanitas de todo tiempo, en piadosas maternidades, nos recuerdan tenazmente lo peor: posadas sobre una flor anuncian nuestra descomposición; sobre el pie del niño, el martirio. Son imágenes de la miseria. Por eso valen, agoreras, para emblemas de todo aquello que tememos.
Y por su querencia a lo dulzón, pues toda acción política (o mejor, desde el poder) es ejecutada en nombre de nuestra seguridad, por nuestro interés o por nuestra salud. Aunque antes habrá habido que trabajar las conciencias: aterrorizar a la población. Catástrofes y mimos. Excrementos y almíbar son ambos elementos de las moscas: producen (tejen) el Ministerio del Miedo.
Pin-Ups
«La publicidad americana ha creado un lenguaje universal usado tanto para promocionar la Coca-Cola, como los dentífricos. Yo he tomado ese código para decir algo más». (Josep Renau)
Entre los años 50 y 60, Josep Renau se entregó a labor de desentrañar su particular visión del American way of life. Para ello pervirtió (o al menos esa fue su buena intención) las mismas técnicas que los publicistas empleaban para vender refrescos de cola (imposible decidirse por una de las marcas, como entre demócratas y republicanos) o sueños en los que la guerra era gozosa y radiante. Quiso pues color, sonrisas y seducción: chicas guapas. Parece ser que a Heartfield, en cierto modo su maestro, tanto brillo le irritó sobremanera.
Prisiones
“Hoy, por supuesto, sólo se pica piedra para la cárcel…” (Vladimir Holan, Dolor)
Las urbes modernas asumen la esencia del panóptico benthamiano relegando a éste, en su pura materialidad de “asteria petrificada” (Jarry), a la arqueología. La tecnología lo hace posible a través de las cámaras de videovigilancia y, en general, de los medios de control de la opinión (o de formación de masas): no es preciso contar con las limitaciones del espacio real y la visibilidad cuando la velocidad absoluta nos ha traído la ubicuidad, y con ella la posibilidad del control absoluto. Se desarrollan y potencian las facetas más siniestras del proyecto de Bentham.
Deleuze habla de las “sociedades de control” por oposición a las “sociedades disciplinarias”; Virilio de la extensión de la “lógica concentracionaria” a las ciudades. La estrella irradiante de Bentham, Argos de miles de ojos, crece desde su centro, expulsando en su empuje a la plebe no proletarizada a los márgenes del estado, a los suburbios o los espinos de las fronteras. Junto a la estrella de Bentham, la imagen simbólica es la de la torre, también imagen del hombre, atalaya, torreta de vigilancia, que evoca inevitablemente Auschwitz y el siniestro mote que presidía su entrada como pidiendo serlo del emblema de nuestro tiempo: El trabajo os hará libres. “Crece, pues, una cárcel tras otra / y casi todos estamos ya presos en ellas”, escribió también Vladimir Holan, el amargo prisionero de sí mismo.
Simios
“Otros opinan que a los “simios” se les aplica un nombre latino precisamente porque se aprecia en ellos una gran similitud con la razón humana. Pero esto es falso.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XII, 2, 30)
En cierto bestiario medieval se explica un procedimiento para capturar simios: basta con que, en presencia de ellos, el cazador haga como que se frota los ojos con una especie de liga. Después el cazador abandona el lugar dejando el tarro con la liga al alcance del mono que, dado a la imitación, la tomará y se frotará (esta vez de verdad) los ojos, hasta cegarse. Después, será fácilmente hecho preso. Y domesticado por agotamiento.
Virilio
“No hay un solo profeta en la larga crónica de la Tierra que no encuentre aquí su razón de ser. Teníais razón, hablarais de lo que hablarais.” (Cormac McCarthy, La carretera)
A Paul Virilio no le incomoda el papel de Jeremías: Babilonia necesita de exaltados. También se podría decir: “Sin libertad para criticar la técnica, tampoco hay progreso técnico, sino un condicionamiento solamente” (El cibermundo, la política de lo peor). Virilio, creador del Museo de las Catástrofes, oteador de nuevos peligros, es uno de los más conspicuos críticos de casi todo. Así como la navegación trajo los naufragios, la conexión total puede acarrear la desconexión total, por ejemplo.
Por otra parte, y aun a riesgo de meternos en donde no nos llaman, ¿no olisquearemos cierto goce íntimamente masoquista en las anticipaciones de este género?
Desde el siglo XIX proliferan las historias sobre el último hombre o ambientadas en paisajes apocalípticos. ¿Qué delata eso? El masoquismo, ¿no será, al cabo, un simple medio al servicio de la impaciencia de los impotentes? Pues no teniendo uno más papel que el de público frente a un drama cada vez más y más abrumador, lo lógico es que se anhele el más pronto final, el más brusco, el que acabe con el espectáculo de tal modo que hasta los espectadores resulten arrasados por la deflagración. Así se garantizaría que no íbamos a tener que soportar otro semejante.
Contemporánea
Web
Piezas de la carpeta de serigrafia 'Babylon. Asuntos Presuntos Series'. Contemporánea. 2008
Pruebas de la serie 'Babylon. Asuntos Presuntos Series'. Contemporánea. 2008