Hace unos días tropecé con esta fotografía realizada hace algunos años y no dejo de pensar en ella en relación a la sensación de perdida y hastío que muchos tenemos al volver a la rutina y a la cuadratura de los horarios. La fotografía en sí misma es falsa, porque todo en ella está descontextualizado —cosa habitual en mi trabajo—. Ni la persona está en el lugar que nos imaginamos, ni el diminuto paisaje que atisbamos por la ventana es lo que creemos, ni la toma es una instantánea de un viaje por un país exótico. Todo es tan falso como la extraña sensación de libertad que nos transmite y eso tiene que ver con nuestra —falsa— idea de Paraíso: idealización cultural del sistema productivo al que pertenecemos desde abandonamos la vida de cazadores-recolectores. Los sapiens somos creadores de arquetipos; hacedores de imágenes que nos seducen por su contexto, aunque sea tan falso como la escenografía de un teatro. Pero, probablemente este sea el enigma de la civilización —de la realidad gregaria a la que nos enfrentamos cada año por estas fechas—. Estás imágenes nos siguen interesando por lo inalcanzables que nos parecen, a pesar de que seguramente sean reales en algún lugar. De eso se trata: de imaginar que alguna vez seremos capaces de vivirlas.
Quizás el año que viene, cuando el calor aparezca de forma insufrible y nos demos cuenta de que algo en nuestro exacto sistema falla, decidamos romper con todo y vivir una vida sin límites, mientras tanto sólo nos queda la ficción de una pantalla.
FACES series Vin, 2015.