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  • Ángel García Roldán

Breve ensayo sobre la idea de un retrato y su reflejo icónico en tiempos de la Pandemia.

Actualizado: 16 jul 2020



'Mi retrato junto a un autorretrato de mi mismo'

Tote Kojoten.


Cuando hice esta serie, planteaba un acercamiento al 'Pathos' como si se tratara de un episodio irónico del individuo contemporáneo: mi rostro era sometido a la tensión del movimiento que terminaba distorsionando por la intensidad de los espasmos a los que me sometía. Este simulacro de 'estado de shock' me acercaba a esa estética teatral y barroca que permitiría replantear las iconografías sobre el sacrificio, presentes en la estructura de la tragedia clásica en la que los personajes son inducidos a superar el límite de algún estado transitorio entre la supervivencia y la pasión.


Ahora, que contamos los días, ese Pathos queda diluido, sin desaparecer, en una amalgama conceptual, donde cada cosa permanece y se desarrolla hacia otra parte; otros recorridos que buscan siempre un origen: el origen. Y reparo en esta otra instantánea, que raramente encuentro en mi trayectoria —al ser a menudo sujeto y objeto de la representación—, en el que un retrato de mi mismo me enfrenta a mi propia obra, en ese genésico diálogo —caldo de cultivo fundamental—entre el artista y sus imágenes. Dos realidades de la misma idea, dos superposiciones de la misma fisicidad, o dos concreciones del misma singularidad, que remiten a la alternancia de eso que denominamos identidad —identidad dual—y a esa paradójica concreción del 'ser ahí' —dasein— que en este caso sugiere una ambigua existencia.


Ahora, la imagen —y su fortuito pero programado encuentro— parece querer resignificar una circunstancia nueva: un inimaginado 'estado patológico' reconceptualizado ante esta paradójica reclusión somatizada a través del confinamiento. Las palabras escritas a modo de autoconversación, contrarias a cualquier soliloquio autocomplaciente, permiten entender, con extrañeza, la distancia de ambos experimentos. Incluso, me debato en el acertijo —cuasi bizantino— sobre cuál de ellas 'no soy yo'; quizás solo en la del fondo, o quizás en ambas a la vez, si puedo enfrentarme a sus silencios y comprenderme en ambas circunstancias y ausencias. Creo que esta imagen sumatoria me cuestiona e interroga sobre la urgencia de una respuesta. El acelerado pulso del debate solo puede establecerse desde la iconografía y corro el peligro, nuevamente, de caer engullido en alguna forma de torbellino que me arrastre hasta la peligrosa autocontemplación. Esa seducción sigue invocando al pensamiento narcisista que pervive en una mirada única: un círculo que habita en la comparación, en la delgada distancia entre lo real y lo figurado, entre el artificio y la naturalidad, entre la pose y lo incierto. Puede que nada este en su sitio; que lo que creíamos tangible se nos escape de los dedos y que la única verdad posible sea el ideario construido a través nuestras propias representaciones —afirmación sustentada en la antigua creencia de que somos lo que nos representa—, esto es; lo que nos estructura y construye, el rastro de lo que pensamos y ensayamos, y los vestigios que permanecen en lo que habitamos: cuestiones que sostienen posiblemente una forma de libertad ajena al libre albedrío y conectada a múltiples factores y decisiones, también conformadas como imágenes o iconografías de una existencia.


Cuando pasen los meses y los años, las imágenes de hoy —esos recuerdos de un confinamiento—, probablemente terminen convirtiéndose en extrañas o bizarras representaciones que recordemos con una mezclan de ironía, desazón o rechazo. Las imágenes no significan exactamente el momento en el que sucedieron, sino la evocación que representan en el espectador y el poso que dejaron en el colectivo. 'Mi retrato junto a un autorretrato de mi mismo', supone el conflicto de un permanente diálogo que alude a la curiosa necesidad del individuo de plasmar todo lo que hace, todo lo que siente y todo lo que ve.


Intentar responder a la pregunta de cómo éramos en aquel entonces, entra en colisión con la idea de resumir todo lo que se es ahora, imposibilitándonos probablemente a mantener el argumento de considerar todas esas imágenes como un vestigio del presente que ya existió: algunas de estas imágenes se pierden, otras se rompen y otras simplemente desaparecen —dejando de existir en esa reconstrucción iconográfica de lo que fuimos—. Son esas imágenes despreciadas, olvidadas, y a veces encontradas, las que se suman también a esa supuesta veracidad objetiva, que en muchos casos nos hacen valorar y replantearnos el nivel de objetividad que se desprenden de su existencia. Quién no eliminó una imagen de hace tiempo y que ahora no significa nada; o quién no encontró de entre las decenas de álbumes aquel hallazgo con un ser querido que hace superar la amnesia y recuperar en un instante el momento olvidado. Los efectos, afectos y desafectos de las imágenes cotidianas, las decisiones encadenadas de un autorretrato —ahora selfie—; las contingencias y arquetipos generados en torno a las maneras de representarnos —modas y tecnologías asociadas—; los fenómenos de masas aplicados a la autoafirmación iconográfica —espectacularización de la vida cotidiana— ; los deseos de valoración y reconocimiento por el colectivo —en definitiva, la aspiración posmoderna de superar el estado de latencia significativa para la tribu—; todas estas consideraciones también forman parte de ese macrorrelato e hiperretrato del 'Pathos contemporáneo', de ese nuevo 'Ecce Homo' que hoy somos y que deseamos mantener.

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